Donald Trump y sus enredos judiciales acaparan todas las conversaciones sobre las primarias republicanas para las elecciones presidenciales en Estados Unidos, dejando poco espacio a sus rivales.
La carrera para decidir quién se enfrentará en noviembre al candidato demócrata, muy probablemente Joe Biden, no es en absoluto convencional.
Primero porque el expresidente mantiene su aspiración de regresar a la Casa Blanca pese a hallarse inmerso en una saga judicial, lo que constituye un hecho sin precedentes. Pero sobre todo porque es, con diferencia, el favorito según todas las encuestas.
– “Toda la atención” –
Durante los últimos meses los candidatos han recorrido el estado de Iowa, donde el 15 de enero comenzarán las primarias republicanas, para hablar de inmigración, economía o aborto.
Pero estas escenas, tan típicas de la política estadounidense, suenan un poco falsas esta vez, ante la letanía de encuestas que predicen un desenlace claro.
Según sondeos recopilados por RealClearPolitics, Donald Trump tiene una intención de voto del 62,7%, mientras que sus dos principales rivales, Nikki Haley y Ron DeSantis, obtienen respectivamente el 11 y el 10,9%.
“El hecho de que el principal candidato haya sido inculpado varias veces y pueda ser descalificado hace que la campaña republicana sea increíblemente volátil e impredecible”, declaró a la AFP Julian Zelizer, politólogo de la Universidad de Princeton.
¿Cómo captar un poco de atención cuando las televisiones de todo el mundo están pendientes de las idas y venidas en los tribunales del expresidente?
El tema obsesiona a los candidatos.
“Si pudiera haber cambiado una cosa… habría preferido que Trump no estuviera inculpado”, dijo el gobernador de Florida, Ron DeSantis, en una entrevista reciente.
“Esto ha acaparado toda la atención”, lamentó DeSantis, que hace apenas un año despuntaba en el partido.
– Trump habla de Trump –
La ecuación es especialmente complicada porque los candidatos a la nominación republicana quieren evitar a toda costa ofender a los votantes trumpistas.
Es imposible criticar abiertamente al favorito sin correr el riesgo de enfadar a los simpatizantes leales al expresidente.
Como consecuencia se pierden en circunloquios extraños, como en el primer debate entre candidatos republicanos de agosto.
Cuando se les preguntó si se debería dar las llaves de la Casa Blanca a Trump aunque fuese condenado en un tribunal, todos menos dos levantaron la mano, vacilantes, para responder afirmativamente.
Esta secuencia, retransmitida repetidamente por las televisiones estadounidenses al día siguiente, lo eclipsó todo. Ni rastro del debate entre los candidatos sobre el aborto, el calentamiento global o la guerra en Ucrania.
Donald Trump los boicoteó aprovechando su gran ventaja en las encuestas, pero aun así el debate giró en torno a él.
Él mismo ha centrado su campaña en sus problemas judiciales.
En los mítines, tanto en las redes sociales como en los actos para recaudar fondos, el expresidente menciona sus cuatro inculpaciones penales, por las que se expone a penas de prisión, mucho más de lo que habla de su proyecto para “que Estados Unidos vuelva a ser grande”.
Así aplica su vieja regla: acaparar la atención a cualquier precio.